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Capítulo 1: Barcelo-o-ona

Eran las seis y media de la tarde. A pesar de ser martes, la Plaça Universitat estaba hasta arriba de gente. Yo estaba sentado en uno de los bancos individuales que hay frente a la boca del Metro, entre los árboles, escuchando música mientras esperaba a que la Pepi hiciera acto de presencia. Media hora de retraso.

Miré a la gente que pasaba por allí, qué felices y alegres se les veía, ignorantes de que sus vidas habían estado en mis manos en más de una ocasión. Aquél animado grupo de gays y mariliendre de la izquierda ni se imaginaban que una murciana mala estuvo a punto de someterlos a todos (menos a ella) a sus más oscuros deseos. Por la mente de aquellos chulazos que se pasaban la pelota unos a otros, descamisados y con ese aire de “hemos estado todo el día en la playa pero no nos hemos exhibido lo suficiente” no había ni rastro del temor a ser aplastados por el robot gigante que la alemana mala había forjado en las entrañas de la Torre Agbar, cuya destrucción nos costó todos los poderes que mis amigas y yo obtuvimos gracias a la exposición al Mega Gas y a su antídoto.

Así que allí estaba yo, escuchando música y viendo la vida pasar. Porque nenas, la Pepi tardaba tanto que parecía que llevaba yo ahí media vida. Estaba a punto de solidificarme y convertirme en un Ent y largarme de allí a pasos semi-petrificados cantando lo de “Soy Báaaaaaaaaarrrrbola Rey!!” o peor aún, volverme de piedra como la loca del coño del mueble de San Blas cuando la vi subiendo los escalones del Metro.

- Hostia nena –dije yo, indignada-. Ya era hora, que llevo aquí media hora esperando.
- No te quejes maricón, que cuando eres tú el que llega tarde no se te puede ni mirar a la cara –respondió la Pepi, indiferente.
- Porque una Diva nunca llega tarde. Ni pronto… Llega justo cuando…
- Se lo propone –cortó Raúl-. Nena, todos hemos visto El Señor de los Anillos, no te hagas la friki que no te pega. Eso déjaselo a la Asdru.

Comenzamos a caminar en dirección a la calle Pelayo. Habíamos quedado para ir a dar una vuelta a ver si encontrábamos un regalo de despedida para la Cindy, que se volvía a Londres a seguir practicando inglés (y francés, si le surgía la oportunidad). Al pasar junto a los chulazos descamisados herederos de Ronaldiño no pudimos evitar mirarles descaradamente.

- Nena, disimula –dijo la Pepi-. Que estos son heteros-killers.
- A ver putaza, están en medio de la calle mostrando palmito, no les importa que les miremos.
- Nena, estos quieren que les miren los chochos, no nosotras. Tú haz una mirada rápida para deleitarte y que ellos puedan cascársela en casa pensando que les ponen hasta a los tíos y olvídate de ellos, que no son de fiar.
- Vaya tontería –dije yo, entre risas.
- ¡Esto no es cosa de risa! –se alteró la Pepi, en un momentazo vampiro-pelucón que me dio aún más risa-. Los hetero-killers son cosa muy seria. Ellos van de guapos y de abiertos por la vida, si hasta se dejan tocar el paquete en la disco. Pero cuando llega la hora de bailar (y por “bailar” me refiero al “bailar” de Mónica Naranjo, no al de Xuxa) se ponen violentos y te parten la cara.
- Tú y tu manía de poner etiquetas a todo.
- Tienes razón. Eso seguro que lo heredé de mi madre –explicaba la Pepi, mientras chafardeábamos en una zapatería de la parte alta de la calle-. ¿La tuya te ponía etiquetas en toda tu ropa y accesorios para que no te la robaran?
- No –contesté yo, mientras pedía el 43 de aquellos zapatos tan divinos que acababa de ver.
- Pues la mía tenía una obsesión con las etiquetas que no veas. Un día mi padre tuvo que pararla porque estuvo a punto de ponerme una etiqueta a mí mismo, en la parte alta del culo. Aún tengo la marca –y se bajó un poco el pantalón para que le viera una pequeña cicatriz en la parte baja de la espalda.
- Nena, no mientas. Esa herida te la hizo aquel tío tan bestia, el que fumaba porros mientras te follaba. ¡Que me lo contaste tú!
- ¿Ah, sí? –dijo la Pepi, algo descolocada. Sus ojos hicieron un movimiento rápido, como si tomara una nota mental para acordarse de qué versión de la historia relacionada con esa herida me había contado a mí.

Seguro que la herida se la hizo un día cualquiera de la forma menos glamourosa posible, pero si ella es feliz creyendo que nos creemos sus historias pues no voy a ser yo quien la baje de la nube.
- Bueno nena –le pregunté, al guardarme la VISA y recoger mis zapatos nuevos de las manos de aquella dependienta con cara de fumada-. ¿Sabes algo de Piluca?
- Qué va. Está desaparecida en combate. Hace como… dos años que no sé nada de ella.
- Pepi cariño, que se te va. Te he preguntado por Piluca, no por tu dignidad.
- Ya lo sé, lerda -dijo mientras me arrastraba a una de las setecientas tiendas de ropa que hay por allí-. Era mi forma de decirte que no, que ni idea de en qué anda metida.
- ¿Se habrá largado otra vez sin despedirse? –pregunté, entre el alivio y la preocupación.
- Hidro, no pongas esa cara de viciosa satisfecha que me das miedo. No creo que se haya ido sin decir nada, que yo sepa no le hemos hecho nada malo –como la otra vez- ni la hemos acercado sin saberlo a una secta perniciosa y destructiva –como la otra vez.
- Pues yo lo último que sé… –dije, mientras pagaba la camisa y el pantalón que acababa de probarme-. Es que se ha mudado. Se ha ido del piso que antes compartía con las Frankfurt y por lo visto ahora está viviendo en un ático de escándalo por el Eixample.
- El Eixample. Qué bonito. –dijo la Pepi.
- Ya ves, una maravilla. –respondí, caminando por calle Pelayo otra vez, dirección a la Fnac.
- ¡Oye! Y ¿qué sabes de la Asdru? ¿Qué tal en su nuevo curro? –me preguntó mientras subíamos las escaleras mecánicas.
- Pues me dijo que está muy contenta. Es lo único que escuché. Cuando me di cuenta de que la puta es súper feliz con su cambio de aires, desconecté y sólo capté algún “mi jefe es genial” o “la gente es maravillosa”.
- Te comprendo. No soporto a los que son felices en su trabajo.
- Y pensar que tú y yo lo fuimos alguna vez… -y las dos nos quedamos embobadas mirando al infinito, con dos copias del Miss Sánchez en la mano.

Si nuestra vida hubiera sido una sit-com ahora vendría el flashback de 30 segundos en el que descubrís en qué trabajábamos la Pepi y yo (y por ende, cómo nos conocimos).
Pero como no lo es, os jodéis.

- ¿Te lo vas a comprar? –le pregunté.
- Qué va nena, no me gasto yo los euros en un cd de Muerta Sánchez ¡ni muerta! –soltó, y dejó el cd en la pila de Miss Sánchez como si le hubiera quemado la piel.
- El otro día me llamó Héctor –dije yo, haciéndome la sueca mientras pasábamos por la librería. Nunca compramos libros. Ni siquiera los ojeamos. No nos interesan. Leer no es nada cool. Es cool que lea tu marido mientras fuma una pipa y tú te dedicas a cotillear con las del Club de Bridge. Pero ¿qué coño de clase va a tener sentarse en una hamaca a leer el último libro de Dan Brown? ¡Qué valor!

- No-doy-crédito –exclamó la Pepi, indignadísima, llevándose la mano al corazón y abriendo la boca como sólo sabe hacer cuando se cuela en un cuarto oscuro y se tropieza-. ¿Te llama Héctor y me lo sueltas así, como si nada? ¡¡¡Pero qué invento es esto!!!
- No es tan importante joder –y seguí caminando.
- ¿Y qué quería?
- Lo de siempre. Pedirme perdón y quedar para tomar un café.
- ¿Y por qué no fuiste?
- Porque tomar un café es echar un polvo.

La Pepi me miró un momento, en silencio:
- ¿Y por qué no fuiste?
- ¡Porque yo no sé follar sin amor!

La Pepi me miró un momento, en silencio.
- Bueno vale, es mentira –respondí-. Pero no pienso volver a ver a Héctor.
- ¿Por qué nena? Pero si era el hombre ideal: un chulazo de escándalo, buenísimo, forrado, con un trabajo fantástico y un pisazo alucinante. ¡Si no fuera tu ex ya me lo habría ligado!
- Oye guarra, no te pases –le espeté, mientras mirábamos las teles de plasma. Una mujer me miró de reojo porque se pensó que le estaba hablando a las pantallas, que en ese momento tenían puesta Los 4 Fantásticos y la mujer invisible se recreaba mirando a Chris Evans en bolas.
- Lo siento –le dijo la Pepi a la mujer-. Es que confunde a Chris Evans con su ex y se ha puesto celosa.

La mujer se largó corriendo.
- Nena, Héctor está más bueno que Chris Evans.
- En eso tengo que darte la razón. Héctor está buenísimo. Y por eso no lo entiendo.
- Me puso los cuernos coño. ¡Y con un chocho!
- ¡¡¡Como si fuera la primera vez que te lo hacen!!! ¿Y desde cuándo eso ha sido un problema para ti, doña Relaciones abiertas?
- Oye Pepi, que aquí la puta eres tú –le dije, mientras repasaba las últimas novedades de la Xbox.
- Sí nena, yo soy puta carnal. Pero tú eres puta sentimental. Vendes tus principios y tu dignidad por la primera polla que te pasa. Ése ha sido, es y será siempre tu problema. Te tienes en tan poca estima que a la que se te engancha una polla no la sueltas ni aunque te la pegue con media Barcelo-o-ona.
- ¿Con media qué?
- Barcelo-o-ona. –repitió la Pepi.
- Pero nena ¿qué coño te pasa?
- No lo sé. Es algo que me pasa desde que soy pequeña. No puedo decir esa palabra, se me lía la lengua y tartamudeo. Tuve un novio al que le encantaba que se la chupara mientras cantaba la canción de los Juegos Olímpicos.
- Y yo que creía que a estas alturas nada en ti podía sorprenderme –le dije-. Y nena, gracias por el psicoanálisis, pero esta vez me niego a quedar con Héctor.
- Oye, que no te lo decía como nada malo ¿eh? Las dos sabemos que esa debilidad tuya es, en parte, lo que te hace tan atractiva.

En ese momento, de una de las pantallas que tienen conectadas con vídeos de juegos, una especie de pirata súper-puta exclamó:
- ¡¿Me estás nombrando virreina?!
A la Pepi y a mí nos entró la risa. Tuvimos que irnos porque el vendedor nos miraba muy raro.
- ¿Me estabas tirando los trastos, nena? –le pregunté a la Pepi, cuando chafardeábamos por la zona de dvd’s.
- No nena, no te estaba tirando nada…

Mi móvil emitió un pitido de esos de cuando te llega un mensaje. Metí la mano en el bolso y lo saqué. Al ver la cara de susto que puse, la Pepi volvió a dejar en la estantería la primera temporada de The L World.
- Te juro que nunca la he visto. Nena, que yo no veo cosas de lesbianas.
- No nena, que no es eso. –le dije, y le enseñé el móvil-. Mira lo que me acaba de mandar Piluca.

La Pepi miró la pantalla del móvil y leyó en voz alta.
- Hay un hombre en mi casa. No aviséis a la policía. ¡Ayudadme!




En el próximo capítulo...
Descubriremos el secreto de Piluca, que nos dejará muertas porque no nos pensábamos que se pudiera ser tan puta. Además la Cindy nos llamará para hacer una revelación ¡SATÁNICA! que terminará de matarnos del susto.

Huesco-o-onsin. Eso si que se atraganta, NENA! Y no un buen rabaco.
¿Qué terribles aventuras depararán a la pobre Piluca, Hidro, etc? Qué sinvivir.

ya soy fan (igual que de santa Marian Keyes) Hidro 4 president!

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¿Quién soy?

  • Soy Hidroboy
  • Desde Barcelona, Barcelona, Spain
  • Diva estresada que casi casi no puede con su vida que vive en Barcelona y de vez en cuando se va de parranda a Huesca a comerse una buena longaniza de Graus. No fumo y no me drogo, pero bebo más que Sue Ellen en sus años mozos. Y además la ch*** que da gusto.
Yo!!

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